Tras bambalinas existe un gran trabajo por parte de organizadores y voluntarios, que ponen su granito de arena con el propósito de hacer realidad este importante evento.

 

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Por: Daniel Egas

Parecía un día normal, de esos que en Popayán son muy comunes. Un martes soleado, las personas presurosas caminaban a sus lugares de trabajo, el incesable tráfico del centro histórico cada vez era más aturdidor, como siempre, todo parecía transcurrir normalmente.

Pero no, no era un día normal, esta vez algo diferente pasaba en el Teatro Municipal Guillermo Valencia; en las entrañas del histórico edificio, se preparaba minuciosamente cada detalle de uno de los eventos más importantes de la ciudad. El silencio cotidiano de los pasillos y palcos del Teatro, abrió paso a la gran cantidad de personal que con camiseta blanca o negra estampada con un “extraño” Quino, corrían de un lado para otro llevando cámaras, micrófonos, cables y un sinfín de elementos más, todo con un solo propósito: abrirle el telón a la séptima versión del Festival de Cine Corto de Popayán.

Con rigurosidad, la iluminación era probada una y otra vez. Enormes luces disparadas desde el último palco del Teatro, impactaban el escenario y deambulaban de un lado a otro al mismo tiempo que se ultimaban detalles del reflector, el cual, cuidadosamente y con pulso de cirujano, era calibrado para lograr la perfecta proyección de los cortometrajes.

La mañana avanzaba y cómo era de esperar, se realizaba una última retocada a las instalaciones. En los pasillos, palcos, incluso en las cavidades más escondidas del escenario, se pasaba una y otra vez escobas y traperos. Mientras tanto los organizadores en su constante lucha, ultimando detalles.

Tras una mañana de trabajo ardua, llega un momento de paz para todos, con una voz que de lejos, anuncia la hora del almuerzo. Voluntarios y organizadores dejan de lado sus deberes pues su centro de operaciones deja de ser el Teatro Valencia, ahora su cuartel es un restaurante a unas cuantas calles. Ahí, en las mesas y acompañados de un refrescante jugo, algunos no pueden sacar de su mente el Festival y por supuesto es tema obligado de conversación.

Afanosos terminan sus almuerzos, pues el deber llama y de nuevo se abren las puertas del Teatro para ultimar detalles. Las pruebas de sonido no cesan y ahora se reproduce uno a uno los cortometrajes que serán presentados en la función de hoy, aquí no hay espacio para improvisaciones. En la recepción ya se ubican las acreditaciones para los asistentes, que de uno en uno, llegan para recibir la escarapela que los identifica como asistentes al Festival.

La tarde transcurría y la cuenta regresiva comenzaba, el primer evento oficial del Festival se aproximaba. Camarógrafos preparaban presurosos sus equipos para dirigirse a lo que sería la rueda de prensa, que contó con algunos de los talleristas invitados del Festival. Con una breve presentación ante los medios de comunicación locales, se extendería la invitación para lo que sería la inauguración y proyección de cortometrajes.

Durante ese lapso de tiempo la tensión en el Teatro estaba en sus niveles más altos, el “corre-corre” de los voluntarios aumentaba a medida en que la hora cero se aceraba. Algunos doblando los folletos de programación, otros haciendo entrevistas con cámara en mano, en fin las tareas no terminaban.

Ya entrada la noche, decenas de personas se atumultuaban en la entrada principal, todos ansiosos esperando entrar. Hasta que por fin las puertas se abrieron, rápidamente los asientos se llenaban y el murmullo de las personas se confundía con los últimos gritos de los organizadores en su afán de no dejar ningún cabo suelto.

La repentina oscuridad en el Teatro anunciaba la apertura. Simona Sánchez, presentadora invitada, irrumpió en el escenario para dar la más cordial bienvenida al acto protocolario, que entre discursos y aplausos, daban paso oficialmente a esta nueva versión del Festival de Cine Corto de Popayán, y así, organizadores y voluntarios con alegría pudieron decir: “luces, cámara y acción”.