Por: Jaír Villano.
Publicado enel Diario El Nuevo Liberal el 26 de febrero de 2017

El Festival de Cine Corto de Popayán se ha consolidado como uno de los certámenes más importantes del cortometraje colombiano. El primero de marzo se abrieron sus inscripciones y en octubre se celebrará su novena edición.

Es una realidad. El cine es una expresión artística de crecimiento en Colombia. Los galardones internacionales a producciones nacionales, como “El abrazo de la serpiente” (2015), “La tierra y la sombra” (2015), “Anna” (2015), “Siembra” (2016), “La mujer del animal” (2016), entre otras realizaciones, validan esa afirmación.

Y las cifras presentadas por Cine Colombia en un informe divulgado en enero lo confirman, pues en 2016 el aumento –en comparación con 2015– de personas que vieron cine colombiano fue de 4,4%, lo que en números equivale a 61, 438, 550. Sorprendente.

Pero como todo, hay matices. En primer lugar, el cine que más ven los colombianos se circunscribe al comercial, las películas mencionadas arriba –que, en la elasticidad del lenguaje, se podrían llamar de autor – están por debajo de esa lista; y dos, Popayán no aparece entre las diez primeras capitales donde más se asiste a los teatros en los que se proyecta el séptimo arte.

Es por esto que iniciativas como El Festival de Cine Corto son de especial relevancia, pues gracias a estas se fomenta e incentiva la realización y el consumo de la cultura audiovisual.

Y ya mucho tiempo de eso: desde 2009 se viene celebrando el primer festival en premiar el cortometraje; en 2017 llega a su novena edición. Después de las fiestas tradicionales –Semana, Festival Gastronómico, Noche de Museos, etc.–, es el evento con mayor importancia. Las razones saltan a la vista: en sus cinco días de despliegue, la capital del Cauca se vuelve el epicentro de la cinefilia nacional. De toda una horda de directores que aspiran que su trabajo sea laureado, conocido y, sobre todo, observado.

En su octava edición superó las expectativas al contar con la inscripción de más de 300 cortometrajes provenientes de lo ancho y largo del país. Tarea titánica la del equipo curatorial y muestra infalible de la acogida que tiene la celebración.

Juan Sebastián Mesa, director de “Los Nadie”, película que en la pasada edición formó parte de los largometrajes invitados (y que recibió el premio del público en el festival de Venecia, 2016), señala que este es uno de las festivales de corto de mayor reconocimiento en el país, “tiene una infraestructura muy trabajada, es un lugar que dan ganas de querer volver. Es muy importante porque es de esos espacios en los que uno muestra sus primeros trabajos, se enfrenta a un público y a conocer gente que quiere hacer cine.” (Dicho sea de paso, antes de la película que lo puso en el ojo de la escena nacional, Mesa participó en el festival de Popayán con el corto “Kalashnikov”, con el cual fue ganador).

Además, como dice Katherine Galeano, payanesa que asiste al evento, el certamen permite descentralizar el cine colombiano tanto en la exhibición como en la formación de personas que quieren hacerlo. “Es bueno saber qué se está haciendo a nivel regional en la producción audiovisual. El hecho de que sea un festival de cortos es importante porque es otra forma de narrar que requiere más precisión, que se cuenten cosas en menos tiempo. Creo que culturalmente aporta a la ciudad, ya que abre unos espacios nuevos de cultura. Las tradiciones se forman. Este espacio sirve para crear identidades, sobre todo de jóvenes”.

No es gratis, entonces, que el evento cuente con el apoyo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, que pertenezca a la Asociación Nacional de Festivales, Muestras y Eventos Cinematográficos y Audiovisuales de Colombia (ANAFE), que la alcaldía, la academia y la Cámara de Comercio se unan al rodaje, y que le compita a Bogoshorts como el mejor festival en incentivar el ejercicio de un género que se ha creído es de aspirantes a directores de largometrajes, pero que también cuenta con expertos, que como en la literatura, prefieren el cuento a la novela o la novela al cuento, o en últimas que ven en su composición no un medio sino un fin.

Así también lo cree Juan Esteban Rengifo, director del festival, para este patojo que ha liderado la consolidación de la fiesta, el corto tiene unas virtudes que una película no tiene, “Por sus formas de producción, en el corto hay más libertad del autor, porque no es comercial, de ahí que el autor haga lo que le gusta. El largo, al ser comercial, depende más del productor, del público o de la necesidad de que sea rentable”.

De ahí la necesidad de esta celebración, pues con ella también se busca evidenciar que esta expresión de cine tiene unas posibilidades y unas características que la hacen igual o más importante que la semiótica del gran cine.

Para ello el certamen reconoce este formato bajo cuatro categorías: Ficción, Documental, Animación y Cauca. Luego de un largo proceso de curaduría, se eligen las mejores y se premian con incentivos importantes como servicios alrededor de lo audiovisual y/o dinero.

De la cuarta categoría, Cauca, han emergido trabajos destacables que provienen de estudiantes de la Universidad del Cauca, de las comunidades comunitarias e indígenas y del Sena, entre otras instituciones.

En 2016, “Semillas de Paz”, “R.E.M”, “El Recuerdo”, “PANORAMA”, “Diego Serna y el bosque mágico”, “Mamá” y “Jorge”, todas en el marco de Cauca de-muestra, fueron protagonistas en la clausura presentada en el Teatro Municipal Guillermo León Valencia.

El festival no tiene una curaduría temática, pero es inevitable que las propuestas que llegan se ciñan al momento histórico que atraviesa el país y el departamento, “sin estar en el posconflicto, ya hay apuestas sobre esta etapa”, dice Rengifo.

Las novedades

Para la novena edición se volverá a desarrollar el taller de guion “Del dicho al hecho”, trabajo que se presentó en la versión pasada, y que busca apoyar la producción de un proyecto a través de entidades y empresas locales. ¿Cómo? Bueno, a través de una convocatoria se hace un se selección de los mejores guiones; luego, se hace un proceso de reescritura y el mejor de ellos obtiene como premio los recursos para ser rodado. (El ganador más reciente se llama “Miguel”, guion de César Almanza, que espera ser rodado en la última semana de junio).

Y es que además de exhibición, en los cinco días de cine hay talleres técnicos, este año sobre la dirección de arte, animación, fotografía cinematográfica y posproducción. Y presentaciones por fuera de los recintos formales e incluso por fuera de Popayán.

“Los talleres son gratuitos y lo que buscan es ayudar y fortalecer la formación del sector audiovisual”, hace énfasis el director.

Por lo demás, es preciso decir que otra dinámica que se busca es un diálogo entre directores y el público, que se puedan compartir las experiencias y resolver interrogantes que están sin deslindarse, y así establecer una conexión directa entre quienes hacen y quienes consumen.

Así, es un festival que posibilita una oferta cultural con cada vez más adeptos, que reconoce la importancia de esta expresión en el abanico de artes del país, que apoya la producción y fomenta la reflexión del cine como una manifestación necesaria y trascendental en la construcción de un ethos cultural del país y de una ciudad que va renovando su carácter.