12247104_10153568531145935_8252909342511644726_n

La semana del Festival de Cine Corto llegó a su fin, pero dejo en la ciudad un sabor a película y fraternidad difícil de lograr, todo gracias a actividades como la que realizó la tarde del viernes 13 de noviembre el equipo de Cine en mi barrio, que se tomó la Torre del Reloj y la convirtió en la pantalla de cine más grande de la ciudad.

La reacción de los transeúntes fue inmediata, sin esperar que las sillas estuvieran del todo organizadas fueron “cogiendo palco”, como se dice popularmente, y sus comentarios: –Sentate que ya van a poner las películasPedí la programación, para saber que van a proyectar hoy… y frases por el estilo, lo que concluye que año tras año se ha ido creando un sentido de pertenencia por esta gran festividad y que la posiciona como el 4 evento más importante de la ciudad, un destino turístico y académico para los amantes del séptimo arte.

Para despedir las proyecciones de la Torre del Reloj, se escogieron dos categorías, la selección oficial documental y la selección ficción de colombianos en el extranjero. Siendo las 7 de la noche, el centro de la ciudad se pasmó puesto que se proyectó el primer documental denominado “Alumbrando caminos”, la duración de este mantuvo a la audiencia en total silencio y cuando sus voces susurraban palabras era para referirse a la historia y los deseos de querer quedarse hasta el final.

El Parque Caldas se encontraba tan lleno como cuando sale de la catedral el paso del resucitado el sábado santo. Sin duda Popayán es amante del cine y pese al frió de la noche, que aunque no llovió soplaba un viento de aguacero, y las pocas sillas que habían en el lugar, los ciudadanos decidieron quedarse, unos parados, otros en las bancas del parque, pero sin perder detalle de cada cortometraje que se estaba proyectando.

Los imprevistos no pueden faltar y menos cuando se está proyectando cine en la calle; un perro pasó por encima de los cables y los desconectó, dañando la imagen y el sonido de la proyección cuando ya rondaban las nueve de la noche, el hecho no causó más que risa por el mal momento que vivian los organizadores a caucsa de un perro; rápidamente el problema fue solucionado y las películas siguieron rodando.

Al finalizar cada corto los espectadores lo cerraban con un fuerte aplauso, reconociendo la calidad, la historia y trabajo de los realizadores que los cautivaba, esto jamás pasa en una sala de cine convencional. Pero no aquí, la noche del viernes 13 de noviembre, los patojos se sintieron en un festival que es suyo y que se volca a las calles para llenar de imágenes las paredes de la ciudad. Lo que queda claro, es que este tipo de eventos culturales son más que necesarios para la ciudad, la cula sin duda requiere de muchas más noches noches de película.